CRÍTICA AL LIBRO "YO SOY LA LOCURA" de Andrés Ortiz Tafur






La saturación del color, la pureza y las pinceladas del impresionismo se asemejan a los relatos que integran el reciente libro publicado “Yo soy la locura” de Andrés Ortiz Tafur en Ediciones Huerga y Fierro y que firmó el pasado junio en la Feria del Libro en El Retiro de Madrid. Dentro de sus veinticuatro relatos que integran “Yo soy la locura” nos encontramos una sucesión de continuas obsesiones y deseos ocultos del ser humano, un cúmulo de sensaciones y sentimientos expresados a través de recuerdos y viajes en el tiempo donde Andrés juega con las palabras con un lenguaje coloquial y sencillo en donde mezcla la simulación del personaje y la ficción.




Las pasiones que el hombre desata hasta el límite a veces se convierten en locuras y socialmente se conciben de ese modo; el sexo aflora desde el principio hasta el final como un deseo irrefrenable mezclado con cierta inseguridad e incertidumbre donde la libido del género humano aflora constantemente. El amor acaba siendo el motor que rige la conducta humana y sin duda el más importante a pesar de los sinsabores de la vida que se relatan en el libro. Existe sin duda una lucha interna y a veces paradójica por parte este autor andaluz, de las pulsiones más elementales del hombre. Según el psicoanálisis, el Eros representa el instinto de vida y es un instinto cuya característica es la tendencia a la conservación de la vida, a la unión y a la integridad, a mantener unido todo lo animado. Un instinto que posibilita el sexo como placentero y como generador de nueva vida. Thanatos, por el contrario, es el instinto de la muerte. Designa las pulsiones de muerte que tienden hacia la autodestrucción con el fin de hacer que el organismo vuelva a un estado inanimado, a la desintegración, hacia la muerte en una palabra. Pues de este modo, en los relatos de este libro nos toparemos con la ambivalencia de estos impulsos, uno vital y otro de autodestrucción y aniquilamiento del propio ser humano.



A lo largo de sus páginas encontramos un enfrentamiento de realidad y elementos ficcionales donde la mentira se hace verdad y viceversa. Las dicotomías de Dios e infierno, de Eros y Tanatos, de verdad y mentira, del bien y del mal son partes integrantes que se suceden en casi todas las historias donde abundan los personajes redondos que van modificando su comportamiento en cada una de ellas. Un código deóntico se establece desde el principio en donde las aprobaciones o exclusiones, las normas sociales y las obligaciones quedan patentes. 



La locura es parte del género humano al igual que el sentido común o la cordura; las verdades y las mentiras forman parte de esquema mental. Maslow, un psicólogo estadounidense, máximo exponente de la psicología humanista considera exactamente lo que el autor ha querido mostrar en su libro de forma magistral. Es decir su teoría se basaba en la satisfacción de las necesidades más básicas o subordinadas y que da lugar a la generación sucesiva de necesidades más altas o superordinadas. Su modelo es considerado como la “pirámide de las necesidades” donde el ser humano debe satisfacer en primer lugar las fisiológicas (respiración, alimentación, descanso, sexo…) para ir ascendiendo a los otros cuatro niveles de seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización. 



Andrés Ortiz parte desde el origen del libro de la satisfacción de las pulsiones y necesidades más elementales y primarias en cada una de sus tramas donde logra una coherencia interna y una intensidad elevadas en cada una de sus palabras a través de la realidad literaria en contraposición a la irrealidad, un binomio que él domina perfectamente para hacer partícipe al lector de una imagen cósmica, global, estructural y completa del género humano.




Utiliza con maestría los diálogos y las descripciones con un lenguaje sencillo repleto de imágenes plásticas y visuales donde resaltan los conflictos originados por los personajes principales que en cada relato el desenlace o desencadenante final es de “locura” y donde la desaprobación social queda patente. La lujuria, el desenfreno y la sorpresa nos inducen a una forma de pensamiento del hombre. Los instintos salvajes, de destrucción y de aniquilamiento son capaces de crear situaciones que podrían haberse solucionado de otra forma. El comportamiento humano queda al desnudo, despojado en sí mismo a través de las imágenes y símbolos que él expresa con su lenguaje, el único capaz de expresar el momento, el sentimiento y el pensamiento de las acciones que un hombre realiza a diario. En cada uno de los relatos existen siempre personajes masculinos y femeninos principales que dejan a los secundarios como personajes planos, es decir, inalterables a pesar de las circunstancias que los originan.



En el libro se suceden continuas elecciones y decisiones de vida del ser humano que en definitiva son el producto final de un proceso mental-cognitivo que afecta a cualquier persona. Los diferentes caminos o bifurcaciones por los que Andrés nos conduce en estos deliciosos relatos, a veces escabrosos y escalofriantes en su sentido más real, nos plantea una severa toma de decisiones diaria que realizan los personajes que se ven inmersos en un mundo problemático y hostil, donde la soledad y el aislamiento tienen lugar privilegiado.



Desde el punto de vista narratológico, existiría un código atlético en donde se establecerían dentro de las coordenadas espacio-temporales una serie de acuerdos, disyuntivas, dicotomías y paradojas que darían lugar a un continuo de casualidades que el destino o el azar en la vida diaria nos tienen preparados. A veces me pregunto si el propio autor intenta buscar causalidades donde el efecto causado desenlace el final de cada relato o simplemente casualidades donde intervenga el propio destino del hombre.

La veracidad de los hechos induce a veces a la mentira y al fingimiento de las conductas donde entran en juego las sospechas de la propia ficción que el autor maneja perfectamente. Los actos fingidos que tiene lugar en los relatos nos derivan a una consecución de remordimientos y angustia por temor al descubrimiento de la verdad a través del propio conocimiento.

Se refutan y se aprueban, se niegan, se contradicen…las pruebas del comportamiento humano ante la sociedad y cómo no, ante uno mismo. Dentro de un código epistémico del relato encontramos el enigma humano que los protagonistas de cada relato tienen al buscar su propia identidad.



Dentro del discurso narrativo de los relatos que forman el libro de Andrés Ortiz Tafur podemos ver tres partes bien diferenciadas: la voz, la focalización y el tiempo.

Siguiendo la clasificación de Gérard Genette el narrador de la gran mayoría de los relatos es heterodiegético es decir, en 3a persona. En cuanto a la focalización o punto de vista, aspecto, perspectiva asumimos que se refiere a la idea narrativa entroncada directamente con la ideología del relato. Para T. Todorov, la mirada en su sentido etimológico es el aspecto; él diferencia en tres clases el volumen de información del narrador y del personaje dentro de la posición estructuralista en la que nos situamos. Pero en todos los relatos que nos narra Andrés Ortiz, el narrador sabe exactamente lo mismo que el personaje, no sobresale de él, se sitúa en el mismo plano y por tanto hay una equivalencia entre narrador-personajes. 



El tiempo es muy importante en cada una de las historias. En palabras de Todorov, "El problema de la representación del tiempo en el relato se plantea a causa de la diferencia entre la temporalidad de la historia y la del discurso” Es un tiempo lineal en el relato, en la historia es pluridimensional. El autor deforma la linealidad del texto con valores estéticos y a veces las historias complejas tienen más historias adyacentes. 



Cada uno de los relatos de Andrés según tiene una sucesión lineal en el tiempo aunque a veces fuerza la analepsis o retrospectiva con respecto al pasado (véase en “Caminando en círculos” donde aparecen continuas alusiones a los 80) y la otra la prolepsis es la que anticipa el futuro (pero en los relatos es un futuro muy próximo en el tiempo, véase “Esto no es un atraco, nena”). El ritmo del discurso narrativo en cada uno de los relatos muchas veces es suprimido y se produce una elipsis. Ahí es donde Andrés intenta que el lector colabore e interactúe con el propio autor; pero otras veces, describe las escenas tal y como se produce a los ojos del lector en el trascurso de la realidad. 



Todos los relatos son singulativos en donde se cuenta una vez lo sucedido; sin embargo a lo largo del libro se produce un continuo relato anafórico es decir, en el que se repite un número de veces lo ocurrido continuamente. La conducta humana se repite una y otra vez, se caen en los mismos errores y los aprendizajes de cada historia son reiterativos de forma diversa. Se sigue un patrón de conductas común a todos los humanos que en mayor o menor medida destaca por la crueldad de sus escenas, por la brutalidad de sus acontecimientos en donde la psiquis humana tiene el papel primordial.



Dentro del código axiológico del relato, Andrés logra expresar un viaje personal como ser humano donde prima y expresa valores positivos y negativos que permanecen en el propio hombre. En cierto modo ese viaje es el del propio autor, Andrés Ortiz Tafur que se refugia y se marcha en 2012 a vivir al valle del río Madera con la intención de disfrutar de la naturaleza, realizarse como persona y escribir sus cuentos y canciones, siendo sus máximas aficiones y profesiones las de escritor y músico.


Almudena Mestre Izquierdo

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